El pasado 16 de agosto dentro del marco de nuestra agenda académica de Memoria Activa, que tuvo lugar en la Universidad Central, se proyectó la película “La mujer del animal” (2016), del director antioqueño Víctor Gaviria. La exhibición tuvo lugar dentro del evento de “Cine en el conflicto y en el posconflicto”. El conversatorio previo tuvo como invitados a Víctor Gaviria, Lina Mercedes Caro y Rito Alberto Torres, Subdirector Técnico de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano.
Uno de los temas de reflexión en torno a la cinta se centró en la manera en la que a lo largo de la historia de nuestro cine nacional, la mujer ha sido sistemáticamente violentada y vulnerada. De esta manera se realizó una breve recopilación de las películas en las que la violencia de género se manifiesta, empezando por la producción de 1925, Bajo el cielo antioqueño en la que una mendiga es apuñalada. Desde ahí, el director y guionista Víctor Gaviria, recordó filmes como Canaguaro (1981) de Dunav Kuzmanich y Pisingaña (1985) de Leopoldo Pinzón, en los que la violencia hacia la mujer tiene tintes desesperanzadores.
Todas estas películas tienen en común con la producción de Gaviria un machismo craso que se manifiesta abiertamente, por lo que ‘El animal’, el maltratador de la película del antioqueño, comparte con los demás hombres de las películas mencionadas el temor a ser víctima, a ser abusado, así como él abusa.
La tipificación del macho en la cinta de Gaviria recuerda la manera unidimensional en la que se piensan los roles sexuales, y así mismo cuestiona la identidad del hombre frente a una realidad barrial en la que el poder está en juego. De esta forma el papel del macho, o del “verraco” se manifiesta como una oscura construcción social en la que la misoginia es el antecedente para las relaciones que entablan los sujetos con su entorno y con las mujeres.
Igualmente, dentro de la charla se problematizó el carácter de lo antioqueño con relación a la construcción de la violencia como un hecho de autoridad e identidad. Gaviria sostiene, por ejemplo, que el antioqueño tiene un cariz trabajador que fácilmente se torna despótico e intolerante debido a ideas estrafalarias sobre la superioridad de la raza, por lo que desgraciadamente se producen un sinfín de imaginarios y prácticas que resguardan el abuso, soterrado o abierto. En parte, por lo anterior se determina una buena porción de los problemas de la historia reciente de Medellín, en la que el miedo es el portavoz de discursos de odio.
Sin lugar a dudas, los lugares en los que más evidente es esta situación son los parajes suburbanos que Gaviria retrata, en los que se encuentran las huellas profundas de la desigualdad y la pobreza en las que los ambientes y espacios en los que ocurre el lenguaje del abuso toman un lugar efectivo dentro de la realidad. Por este motivo, la metáfora y la representación en el cine resultan fundamentales para evidenciar ese inconsciente colectivo frente a la violencia de género.