De forma poética se ha dicho que la verdadera muerte es el olvido. En sus poemas verticales, el argentino,  Roberto Juarroz  sugiere que pensar en un hombre se parece a salvarlo. Precisamente, recordar no solo al hombre sino a su legado implica − para seguir nuevamente a Juarroz−  no tapizar la ausencia de todo y suponer que la memoria crea un sostén que resguarda del abismo.

Nunca muere lo que se recuerda, lo que por artificio de la mente podemos traer del pasado para confirmar el presente.  Así, un país sin memoria muere lentamente, padece de una grave agonía en la que es incapaz de entender su contingencia, su acontecer cotidiano. La mente en blanco de una nación que es  incapaz del ejercicio de reconocerse y resignificarse solo nos hace pensar cuán poderoso llama el pasado con sus ciclos de repetición inconsciente que buscan el umbral, la apertura de la identidad, la confirmación de las condiciones materiales y espirituales que establecen la posibilidad del cambio.

Desde una perspectiva más amplia, la memoria es la que permite la construcción colectiva de conceptos y valores que socialmente nos hacen parte de un grupo social. Un país que no reconoce esos elementos comunes que nos hacen miembros de un colectivo es un país sin arraigo y sin identidad cultural, sin valores afectivos de solidaridad con los otros y sin una dimensión clara de la historia.

En este sentido, la declaratoria de la UNESCO en materia del patrimonio audiovisual de nuestro país, no es solo un referente de política pública o de un deber ser: sino un imperativo moral que nos permite mirar de cara al futuro.  De esta manera, el deber de preservar ese referente contenido en las producciones audiovisuales que dan cuenta del devenir histórico que explica nuestro presente y que marca el camino por seguir de nuestra consolidación como sociedad, se convierte en un refuerzo de nuestra identidad y del sentido de pertinencia frente al concepto de Nación.

Así, la labor de la Fundación Patrimonio Fílmico colombiano resulta fundamental no solo dentro de los ámbitos académicos que subyacen a la investigación del material preservado, sino al alcance de este dentro de la recuperación de un sentido de asimilación de nuestra historia, costumbres, retos y fallas. La proyección de estos contenidos busca establecer relaciones afectivas y efectivas con el espectador, para así impactar su noción de la historia y del aparato de representación que se hace de ella. De esta forma, el patrimonio audiovisual es un motor que acerca a la lucidez de nuestros procesos como sociedad y que contribuye a rescatar no solamente a un hombre, como diría Juarroz,  sino a todo un pueblo.