Durante el principio de la década de los años veinte, la modernización en Colombia remitía a un cierto tipo de ambigüedades en las que el ethos del desarrollo capitalista y la poca distancia con las posturas religiosas marcaron un cambio atípico en la configuración política, social y cultural del país.

Según algunos historiadores como Uribe Celis hablar de modernidad significa tener en mente un programa modernizador que parte de una completa contradicción, esta refleja la atemporalidad propia de una estructura social monológica (1992).

Una muestra de lo anterior es el afianzamiento de los procesos de marginalidad que quedaron inmóviles. De esta manera, mientras que una clase burguesa de élite y un conglomerado de medianos empresarios cambió su estilo de vida, una parte importante de la población siguió viviendo de una manera precaria.

De esta forma se tejió una oposición entre lo culto y lo popular. Por tanto, la incorporación del cine dentro de la apuesta modernizadora en Colombia concernió a un grupo restringido de personalidades de la alta sociedad.

Las primeras formas de cine en Colombia crearon imágenes de progreso y desarrollo que iban de la mano con la vanguardia tecnológica del siglo XIX en el mundo. Así, el afán de generar imágenes que se apropiaran del sentido de lo urbano mediante la cotidianidad, los hábitos y el atavío construyó territorialidad a la vez que cultura nacional.

Dentro de este contexto, se puede hablar de un drama como “Bajo el cielo antioqueño” (1925), pues en este se elabora, como pretexto de una historia de amor, una etnografía con pinceladas de encrucijada moral. La historia de Lina (Alicia Arango de Mejía), una muchacha de alta sociedad de Medellín, sirve como excusa para develar o documentar un intercambio de negocios que, como comenta Juana Suárez, “están contaminados por el flujo del capital, esto enseña un vector progresista mediante los géneros más populares del cine silente: el melodrama y la detectivesca” (220).

Igualmente en esta cinta también es posible observar el registro de los Acevedo, pues se trata de enmarcar una imagen de pujanza en la que la ambivalencia entre el centro urbano y rural se exponen mediante la oposición entre valores de clase social. Cabe notar dentro de estos gestos las tomas del, hoy inexistente, tranvía de Medellín: sus vías y estaciones, que entre otras constituyen alusiones nostálgicas a la grandeza económica de la región, a ese cabalgar pujante de lo paisa que se negaba a los patrones de atraso frente a esa modernización a retazos del resto del país.

De esta manera, el carácter excepcional y emprendedor de lo paisa es reforzado con este largometraje que exhibe una bonanza que se destaca a despecho de la fragmentación nacional, la endeble unidad política y la exangüe acumulación del capital. Así mismo hay que recordar la falta de cohesión entre las diversas regiones y la visión insular de la capital.

A partir de dicha fragmentariedad se destaca lo que Ángel Rama denomina “ciudad letrada”, noción que muestra, a pesar de todos los factores de escisión, una conciliación entre el trabajar para producir y el producir para el ocio.

“Bajo el cielo antioqueño” enseña ambas posibilidades como caras idénticas de una misma moneda: el recreo y la narrativa de la ciudad, de su empuje y de su progreso abren una brecha con una periferia que se encarna en distintos personajes tutelados por lo tabú, por lo abyecto. Por ejemplo, está el caso de la mendiga a la que Lina, de una forma redentora, da limosna en un impulso de caridad. En este momento el vértigo modernizador se entronca con la dimensión moral judeo –cristiana, ante la que es imposible negar la idea del progreso y la justificación de la violencia hacia aquellos que no pertenecen a las esferas privilegiadas.

Si analizamos el título de la cinta, nos daremos cuenta de cómo el “cielo” se transforma en un tema que amalgama la dinámica del registro de la urbe mediante el recurso de la fábula moral. Cabe recordar que el filme también deja entrever otros personajes semejantes al de la mendiga, en los que se excluye, incluso caricaturiza, lo marginal: el niño al que Álvaro atropella cuenta con una representación problemática no solo por los cánones o estereotipos extraídos de la literatura costumbrista de la época, sino por la manera de proceder ante ese otro invisibilizado, y ante el cual el proceso de alteridad y reconocimiento resulta estéril.

En esta cinta se construyen personajes estatificados en roles sociales estáticos. Lo anterior resulta problemático porque parte de una lógica de virtudes mercantiles que cobran fuerza a partir de tensiones y moralejas en las que reluce la clásica oposición entre civilización y barbarie.

Cabe decir, que también se cuida la construcción de la idea del ciudadano mediante el freno de lo indeseado, de lo marginal capaz −por su insaciabilidad y vulgaridad− de subvertir del modo más bajtiniano la norma social mediante la carnavalización.

De acuerdo con lo anterior es posible notar el orgullo de la producción y de la jerarquía de servicios mediante el registro de los espacios privados y de los agrícolas e industriales, ambos trazados dentro de un perímetro que distancia pero que a la vez indica una referencia entre las transacciones mercantiles que empalman  la sentimentalidad con los negocios, con la cornucopia de las virtudes que se abre a partir de la idea infundada del cielo, del cielo prospero, del cielo prometido a los tramites de un corazón conciliado con la necesidad de la posición económica e identitaria de lo paisa, que a su vez delimita  una suerte de paraíso de afectos que se basan no en las relaciones de amor, sino en las relaciones modernizadoras de un ideal de clase.

Referencias:

Uribe Celis, C. (1992). “La mentalidad del colombiano, cultura y sociedad del siglo XX”, Bogotá, Ediciones Alborada.

Ficha técnica:

Título: “Bajo el cielo antioqueño”

Dirección: Arturo Acevedo Vallarino

Producción: Gonzalo Mejía

Guion: Gonzalo Mejía

Fotografía: Gonzalo Acevedo Bernal

Montaje: Arturo Acevedo Vallarino

Protagonistas: Alicia Arango de Mejía (Lina), Gonzalo Mejía Trujillo (Don Bernardo), Juan B. Naranjo (Álvaro), Harold Maynhan (Mr. Adams), Rosa E. Jaramillo (Mendiga), Carlos Ochoa (Puntillas), Eduardo Uribe (Bandido)

País: Colombia

Año: 1925

Género: drama

Duración: 98 minutos

Formato: 35mm B/N