“La estrategia del caracol” asume a la perfección la premisa de Marx de que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. De esta manera, a partir de un entramado que da cuenta de la difícil realidad colombiana, incluidas las referencias tangenciales al conflicto armado, el director Sergio Cabrera desarrolla un drama en el que los habitantes de la Casa Uribe, una construcción de tipo republicano convertida en inquilinato, representan las diferentes maneras en que la justicia y el acomodo de sus preceptos obedecen al orden de una clase poderosa y, asimismo a unas leyes que giran en torno a su beneficio.
Por tanto, la osadía de este filme radica en la posibilidad de la subversión que se basa en la lucha de la clase trabajadora colombiana contra la adversidad y el dictamen de un comerciante millonario que pretende desahuciarlos. Cabe mencionar que los personajes que residen en la casona comprenden una amplia gama de lo que Cabrera denomina “la clase inquilina” y a su vez constituyen un repaso por la idiosincrasia nacional, por lo que muchas veces se ha sugerido el paralelo que la cinta comparte con los estereotipos de las telenovelas; no obstante, desde la lógica del relato, el colectivo de la Casona Uribe: integrado por el abogado Romero; el anarquista, Jacinto; doña Trinidad, la beata y el trasngénero, Gabriel/Gabriela, supone una serie heterogénea de caracteres que se aúnan en pos del objetivo común de la estrategia.
De igual forma, se destaca que este filme busca poner en relieve elementos cruciales que toman lugar dentro de los procesos de acción colectiva que, a la larga, se integran en marcados contextos de movilización social, lo anterior funciona como un recurso que ilustra un tipo de acción de protesta que introduce dentro de la narrativa el uso de figuras retóricas y recursos humorísticos que resultan imprescindibles para lograr consolidar efectos empáticos en el público espectador, o como recordaría el dramaturgo Bertolt Brecht, la capacidad de extraer enseñanzas sin necesidad de agitar militarmente, lo que implicaría más bien “divertir pensando”.
Así también, se podría mencionar cómo este filme formula mediante la ficción la distinción entre “táctica” y “estrategia”, en la que paso a paso se fragua el plan de acción de la resistencia de los habitantes de la Casa Uribe. Se tiene, entonces, que las actividades de defensa que el colectivo del inquilinato despliega constituyen un conjunto de operaciones específicas, tácticas, que materializan una estrategia concreta, o más general, por lo que a lo largo de la lucha contra el desahucio cada personaje hace uso de una combinación de los recursos a su alcance, es decir, de sus capacidades más adecuadas para la unión colectiva con el propósito de reconstruir desde lo ínfimo la vivienda, y así mantener viva la solidaridad.
Dicha reconstrucción es una reapropiación en la que se busca la posibilidad de establecer relaciones sociales estables en el tiempo, capaces de neutralizar al enemigo y de burlarse de él, dándole una lección en la que la dignidad y la justicia buscan quedarse del lado de la balanza de quien mejor urde los planes para hacer que los poderosos desconfíen no solo de sus negocios, sino de todas las seguridades que su estatus les otorga. Por eso el grafiti que cierra el relato resulta tan revelador, pues contra él Holguín no tiene armas, porque si bien, este gesto representa, como sugiere Mario Calderón, “la reivindicación, en imágenes luminosas, de tanto sudor y tanto sufrimiento, aunque eso solo pueda llamarse dignidad”.