Cuando en la primera década del siglo XX se conformó definitivamente el lenguaje y la industria del cine, ambas vieron nacer una exhibición propia. En nuestro país florecieron unos escasos pero significativos intentos de producción.

Pioneros como los Di Doménico, quienes partieron de Conze, provincia de Salerno en Italia, con el fin de buscar fortuna en América con la explotación del espectáculo cinematográfico vieron en el país una oportunidad de vivir a partir de la pasión del cinematógrafo. Junto a los Di Doménico llegaron también Benedetto Pugliesi y su equipo, que consistía en dos proyectores, un generador y películas listas para ser proyectadas a un público anhelante de nuevas experiencias.

Al cabo del tiempo, los Pugliesi y los Di Doménico tomaron rumbos separados. Los segundos tomaron ruta en Bogotá donde iniciaron sus primeras proyecciones en el Bazar Veracruz.  Al contar con éxito, los jóvenes italianos se vieron movidos a traer a otros miembros de la familia. El éxito fue rotundo, tanto que pronto se dio el paso a la inauguración de un lugar auténticamente diseñado para la proyección de cine como espectáculo de masas.

El lugar designado para tal propósito fue el Gran Salón Olympia. Los realizadores fueron: Di Doménico hermanos, Nemesio Camacho y otros notables caballeros de la sociedad bogotana. La primera proyección que tuvo lugar en este emblemático teatro fue el 8 de diciembre de 1912, fecha en la que los ojos de los bogotanos vieron en medio del asombro y el estupor “La novela de un joven pobre”, adaptación de la novela del francés Octave Feuillet y llevada a la pantalla por Georges Denola.

Cabe mencionar que con la llegada de los Di Doménico, la exhibición de cine se convirtió en el fuerte de Colombia, pues superó los incipientes esfuerzos de gestión y producción nacional. No obstante, el primer intento por crear producciones nacionales partió de una iniciativa por la creación de la Sociedad Industrial Cinematográfica Latinoamericana, por sus siglas SICLA, en 1913.

Ante la exhibición del cine extranjero se sobrepuso una tenaz competencia con el sector de productores nacionales, dicha tendencia se replicó por toda la década de 1910 casi que en todo el mundo. En el caso de Colombia, la idea de generar un espacio propio y un arte nacional fue acuciante a pesar de todas las dificultades y resistencias.

La producción de películas silentes fue prolífica y de mano de los Di Doménico es posible apreciar el registro de la sociedad. Como ejemplo podemos tomar el caso de Francisco Di Doménico con su “Diario Colombiano” en el que se documentaban imágenes de actualidad con el fin de ser exhibidas diariamente.  Vale la pena anotar que en una época como esta, en la que Bogotá a duras penas contaba con 150.000 habitantes, conseguir material extraordinario no era fácil. La atención se centró entonces en los ritos sociales como las procesiones religiosas.

En vista de lo anterior, la demanda por un cine de ficción se hizo manifiesta, por lo que varias películas de corte argumental fueron realizadas, sus temas no distaron mucho del registro documental, pues trataban asuntos locales como la idea de lo patriótico y la alta sociedad, muestras de lo anterior son: “Una notabilidad rural”, “Nobles corazones”, “La hija del Tequendama” y “Nobles corazones”.