Durante los últimos cien años  el arte cinematográfico ha contado con momentos de gran productividad, esfuerzos personales, dificultades y aciertos que han marcado la ruta por el reconocimiento de la memoria audiovisual como un terreno en el que se fortalece la relación unitaria entre historia y colectividad. Por este motivo, en las imágenes de nuestro cine colombiano descansa un recurso que nos fortalece como sociedad, que nos devuelve el vigor por medio de relatos en los que encontramos nuevas definiciones para ser y estar en el mundo, y que impiden que nos sintamos cómodos ante una realidad desigual y fragmentaria. De esta manera, lanzamos la pregunta: ¿Por qué el cine nos fortalece? Podríamos responder que  en primera instancia, el cine construye identidad.

Así las cosas, en su calidad de herramienta cultural, este recurso impacta el intelecto y las emociones. Por tal motivo, la proyección de experiencias propias se ve alcanzada por nuestros ideales, temores, aspiraciones y metas, los cuales son sublimados en la pantalla. Asimismo, cabe decir que la expresión cinematográfica se convierte en un encantamiento que logra expresar la realidad mediante el arte de la figuración, por este motivo reflexiona sobre las convenciones sociales, concepciones de honor, roles sexuales y momentos históricos.

Por los elementos mencionados, la preservación de un sinnúmero de perspectivas y sentires expuestos como objetos estéticos o históricos resulta determinante, pues es desde este tipo de material que se define el patrimonio audiovisual, que, a su vez, cobra sentido al comprometerse con el pasado y con la personalidad cultural de un país. Así también, el código simbólico particular de cada producción constituye proyectos de nación, metáforas del conflicto y de la paz, así como diferentes formas de encontrar espacio en el reconocimiento de lo múltiple, de la voz plural que se niega a ser maniatada en definiciones y que al contrario, exige experiencias, testimonios e historias.

En este orden de ideas, la preservación del legado fílmico muestra todo su esplendor y su poder visionario, no cuando queda almacenado y se convierte en objeto de inventario, sino al contrario, cuando  resurge a la vida y es socializado. Solo así, este tipo de material muestra toda su vigencia y capacidad de hacernos reflexionar sobre las condiciones materiales en las que surgió y lo que estas representan para nosotros en la actualidad. Por esta razón y en consideración  de  la fuerza que implican los relatos fílmicos, la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano se ha preocupado  por compartir agendas académicas en las que las producciones restauradas vuelvan a tomar un papel protagónico dentro de diferentes espacios de divulgación, tal es el caso de los ciclos de  Memoria Activa, en los que se genera apropiación social de la memoria. Se propicia un renacimiento de la obra audiovisual, una resignificación que la proyecta hacia el futuro.

Igualmente, resulta necesario destacar que eventos como el Festival de Cine en las Montañas, así como los festivales que hoy hacen parte de la agenda de la entidad  (Barichara, Santander, Cartagena, Pasto, Medellín, entre otros) fortalecen la cultura audiovisual y la formación de comunidad a través del ejercicio del cine. Los festivales son fundamentales en la tarea de socialización y apropiación de nuestro patrimonio audiovisual. Por tal motivo, nuestra participación en el Festival de Cine de las Montañas puso de presente la importancia de esa memoria colectiva que subyace en estos archivos y documentos que reflejan nuestra esencia y nuestras negaciones como  sociedad y como nación.

El ciclo de la memoria no se completa sino al socializar estos acervos, al lograr una interacción con los diversos públicos que les puedan conferir nuevas interpretaciones y significados para su concepto personal de relato de nación. Lo anterior constituye también gran parte de nuestro reto como archivo audiovisual del país.