En una nota del periódico El tiempo, escrita en el año de 1974, Santiago García proclama que él es de un pueblito santandereano, que no es oligarca, que al contrario es campesino y que, aunque, accidentalmente nació en Bogotá se considera a sí mismo de Puente Nacional. Arquitecto de profesión, pero teatrero de oficio, sus pesquisas expresivas e intelectuales lo llevaron a fundar la Casa de la Cultura.

Por las palabras de García no pensamos que la manera en la que este se acerca a la vida sea muy distinta a las búsquedas del realismo social de José Antonio Osorio Lizarazo y de su indagación a propósito de la novela regional. García, en calidad de productor cinematográfico concibió la adaptación de la novela “El hombre bajo la tierra” (1944) de Osorio Lizarazo como una manera de llevar a cabo su visión particular sobre la realidad colombiana.

Las observaciones del autor sobre las poblaciones más desfavorecidas en las que escarbaba con cierto pesimismo, mostraban en la literatura unas almas extraordinarias y muchas veces irregulares que se situaban, generalmente, por lo bajo, por esa humildad subterránea que en su sinceridad pasa desapercibida, pero que dentro de ese mismo ejercicio de la honestidad enseña las privaciones y el dolor; las batallas indecibles de un campo minado por absurdos monopolios de poder. De este modo, el ejercicio literario de O. L. buscaba un rostro y una voz a lo que el mismo autor distinguía como gentes diferentes a las “gentes de selección”.

Con una vena encausada por el cuidado y la expresión de quienes viven y sufren la tierra, García adaptó la novela en lo que sería su primer y último cortometraje. Su hermano, Arturo García fundó la empresa Pelco junto a Jorge Pinto para la producción de largometrajes. En un principio, el director de esta cinta iba a ser Pinto. No obstante, a última hora este fue reemplazado por García debido a un accidente sufrido por el primero.

A pesar de este contratiempo, la impronta de Pinto puede rastrearse en el guion de este filme, en el que contribuyó junto a García a dar vida desde el audiovisual a la novela de Osorio Lizarazo.

La película se ocupa del drama de un joven tolimense, don Múnera quien llega a las minas de oro de Segovia (Antioquia) huyendo de la violencia y con el propósito de encontrar trabajo. Anteriormente había intentado vivir en un barrio de invasión en la capital, pero la miseria, el desempleo y la falta de oportunidades lo condujeron a las minas.

Una vez llegado a este destino improvisado que halló gracias a la falta de estabilidad, se percató de que para vivir en el ambiente de Segovia era necesario hacerse de la hostilidad. En las conversaciones que traba con los inveterados borrachos y sufridores de aquel pueblo colmado de resentimiento y furia, encuentra testimonios de una tierra desvencijada por el odio y la violencia que se manifestaba en el asesinato entre trabajadores, en el poco cuidado reservado al duelo, y en general a una funesta aura tan confusa y melancólica que entregaba sopor allí donde tenía que encontrarse el cambio como posibilidad para la vida.

La mina guardaba secretos en los que la diferencia hermanaba en la cólera a quienes unidos de otra manera hubiesen podido encontrar unión y propósito. La piedra angular que funda la desgracia de don Múnera y su iniciación a los inclementes ciclos de la violencia llegará con Inés, la mujer que le enseñará que el amor está atrapado por la posesión y la falta de ternura que propicia la codicia sobre otro ser. El machismo se desarrollará como uno de los ejes argumentales de esta cinta.

Naturalmente Inés sostenía una relación con otro hombre, quien ante la llegada de don Múnera ve sus privilegios profundamente afectados. Al no poder contenerse, el prometido estalla un domingo cualquiera frente a la vista pública de los mineros, el espacio de esparcimiento se convertirá en un clima que favorecedor para la saña y el conflicto. La pelea se lleva a cabo con cuchillos en una especie de ritual que tenía por fin demostrar la hombría de los contrincantes, pero que solo deja en evidencia la falta de vigor y el terror de someterse a la cacería de eso que no existía, hombres.

Por lo que la querella enseña que la masculinidad entra en tensión debido a que no es discernible un punto real de vigor, sino de pereza, flacidez y confusión. La imagen y representación de lo masculino en la cinta se torna difusa, critica al machismo instaurado dentro de una espiral de violencia dentro del contexto de la mina.

Todo este caos consumado y puesto al servicio de Inés dejan como resultado una agudización de la trama, Inés decide irse con su novio, puesto que lo que realmente desea es un matrimonio, pero no una unión amorosa sino una unión constrictiva de posesión, la mujer también es machista. A la par que esto sucede la mina se derrumba, don Múnera socorre a los excavadores furtivos para luego llegar a la resolución de migrar a otro lugar.

Es en este punto Múnera y el borracho del pueblo se enfrentan. El borracho, a lo largo de la cinta clama una arenga cansina entre risible y patética: ¡Qué rabia!, al ser asesinado por nuestro protagonista escuchamos por última vez estas palabras.

La rabia proclamada no se motivaba en la expresión o el anhelo por el equilibrio, tampoco por la liberación de todas las fuerzas que se suman al trasegar violento de la mina, al contrario, su manifestación es perezosa, como de un gadejo subterráneo en el que todo se ha agotado y solo queda la cáscara, la palabra sin significado proclamada por un hombre sin valor, un hombre como los hombres que retrata la película, víctimas de su propio ardor , incapaces de alcanzar aquella noción de “la mayoría de edad” en su reflexión sobre sí mismos; hombres que a la larga yerran sobre su posición, pues no les corresponde el exceso de la fuerza, sino la ternura de la reconciliación.

Así las cosas, la violencia de género y la problemática identificación de los roles sexuales se convierten en una incapacidad para la autocontención y el examen personal, y se transforman en maneras de perpetrar la hostilidad que no deja salir a la rabia verdadera, a la que en vez de matar llora, porque entiende su pérdida y reconoce que el duelo es la única forma de reconfiguración del cuerpo y del espacio.

A propósito de la manera en la que se presentan los personajes, Julio Luzardo, en una entrevista personal, comenta que Santiago García estuvo muy preocupado por eliminar cualquier aspecto de índole teatral. No obstante, por el ejercicio de la dramaturgia como una matriz formadora de su sensibilidad, la película acabó por adquirir características del teatro. Luzardo anota que:

“El personaje del borracho, los diálogos explicativos que hacen avanzar la acción y la estructura en bloques autónomos, son elementos esencialmente teatrales que producen un universo plano y unos personajes esquematizados” (Martínez Pardo, 1978, p. 168).

 

Referencias:

Martínez, Pardo, Hernando, Historia del cine colombiano, Librería y editorial América Latina, Bogotá, 1978.

 

Ficha Técnica

  • DIRECTOR:

Santiago García

 

  • GÉNERO / SUBGÉNERO:

FICCIÓN / FICCION

  • DURACIÓN:

85 MIN MINUTOS

  • AÑO:

1968

  • ELENCO:

Carlos Julio Sánchez

 

Líber Fernández

 

Estrellita Nieto

 

Edilberto Gómez

 

José A. Muñoz